lunes, 28 de abril de 2014

Sobre los recientes acontecimientos: Perfil de un paracaidista. Por Sebastián de la Nuez


A propósito del asesinato de Eliecer Otaiza, me dispuse a indagar sobre este personaje, y me tropecé con una investigación que publicó en el 2001 Sebastián de la Nuez. Interesante y profunda investigación, tan pertinente hoy día, que en aquel escrito que hoy comparto, con mi reconocimiento y respeto hacia su autor; ya Otaiza desde entonces se perfilaba como un ser oscuro perseguido por la fatalidad. Del Diario Tal Cual, publicado el 11 de julio de 2001.

¿Quién es realmente Eliézer Otaiza, ese personaje que todo el mundo nombra últimamente pero al que se le ha perdido la pista tras el escándalo Montesinos?. 


Castro Leiva lo llamaba "el espartano" por lo callado y austero. Otaiza no bebía. No al menos hasta hace unos meses. Del estudio de los clásicos no parece haber quedado letra escrita por parte del capitán.



Fotos: Nicolás Pineda/TalCual

Chávez y Rangel Rojas: dos de sus ídolos.
Pedro Lara/TalCual


En un país donde no existe la transparencia es imposible llegar a la verdad en un caso de intriga entre Estados; lo mejor que puede hacerse, entonces, es tratar de reconstruir a los personajes vinculados, para que cada quien saque sus conclusiones


En 1987, Fernando Falcón Veloz -mayor del Ejército, fue ayudante del ministro Ochoa Antich- era jefe de la división de Análisis Político de la DIM e instructor de Orden de Batalla y Guerra Sicológica. En ese año, un grupo de recién egresados de la Academia Militar fue enviado al curso básico de Inteligencia, con una duración de cuatro meses. Entre otras, los alumnos debían tomar las asignaturas impartidas por Falcón Veloz. En este grupo se encontraba Eliécer Otaiza, quien destacaba porque a todo lo que decía el profesor se oponía negando con la cabeza, aunque sin decir palabra. Era subteniente. Es importante el nombre de Falcón Veloz porque con el tiempo se harán grandes amigos y llegará a conocer la personalidad de Otaiza como la palma de su mano. "Hugo Chávez, te guste o no te guste, es único. Y Otaiza trataba de ser un Chavecito. Es una cosa irrisoria". Tal, su sentencia más lapidaria.

Hay unos cuantos mitos en torno a Otaiza que él mismo ha procurado difundir, como ese de que "lleva la revolución en la sangre". Al menos, ésta no: en los tiempos del 4 de febrero de 1992 andaba muy orondo haciéndole los mercados al general Pedro Remigio Rangel Rojas -entonces comandante del Ejército, hoy en Nueva York-, de quien era jefe de escolta. Hay quien dice que hacia junio de ese año se le perdieron unas armas de su parque, que por eso le impusieron cinco días de arresto y a raíz de ese episodio desertó. Ofrece unas declaraciones a Berenice Gómez -periodista especializada en asuntos militares- en Valencia, en donde se hallaba "enconchado" y supuestamente protegido -infiere la misma periodista- por Pablo Medina. Se ha dicho que guardaba las armas que el teniente Raúl Alvarez Bracamonte sustrajo de Conejo Blanco. Eso no es verdad.

Lo que en verdad sucedió fue que había estado hablando ciertas vaguedades acerca de la "revolución" y Fernando Ochoa Antich, ministro a la sazón, ordenó que le siguieran consejo de investigación; de allí surgió una sanción disciplinaria y luego su retiro y conexión con algunos sediciosos civiles y militares.

Se involucra en un plan para asesinar a Carlos Andrés Pérez. El día señalado era el 16 de junio de 1992, con el cambio de ministro en Defensa. Pero el plan fue abortado justo cuando faltaba una hora para su ejecución, por orden de Chávez. "Para entendernos habría que sentarse a ver la locura que fue aquello, el pésimo manejo que hizo Pérez de la situación, y Rangel Rojas...", dice ahora un testigo de la época. Lo cierto es que a partir de ese episodio es cuando Otaiza se ausenta de la Fuerza Armada y se refugia en casa de su mejor amigo, Falcón Veloz, quien le ofrece dinero y un revólver que después perdió. Su rastro se pierde para reaparecer el 27 de noviembre en Miraflores: el propio paracaidista, pues no había formado parte de la organización del golpe, al menos no en forma directa.

Nadie sabe exactamente cuál fue su papel, pero es herido mientras muere un subteniente junto a él. Además aparecen tres guardias nacionales amarrados con alambres, asesinados. La versión aparecida en un informe presume a Otaiza autor del hecho, y él nunca ha explicado ese escabroso asunto. No obstante, el general Ochoa Antich recuerda tajantemente: "Nunca se demostró nada". Allí mismo Otaiza fue abaleado en el estómago y en una pierna; le salva la vida quien era director del Hospital Militar, después jefe de Administración de la Cancillería y ahora embajador, coronel Suárez Galeano. "Porque cuando va a la morgue observa que Otaiza todavía respira. Lo habían llevado allí al darlo por muerto", narra un ex compañero de la Disip.

Esa es una versión. La otra versión da cuenta de un apresamiento y un fusilamiento tras la refriega; cae debajo de una camioneta, lo dan por muerto y alguien lo recoge y lo lleva al Hospital Militar, después de que los guardias nacionales se han ido. Lo de la morgue, entonces, es leyenda.

No se recupera de sus heridas totalmente hasta 1997; le habían quitado, más o menos, la mitad de los intestinos. En su calidad de teniente, su causa es sobreseída -a los oficiales superiores sí los obligan a darse de baja- y queda en situación de disponibilidad con un porcentaje de su sueldo; es decir, activo aunque sin trabajo en el Ejército. Por eso se enrola ocasionalmente en La Guacharaca como stripper. A fin de cuentas, su figura daba para eso y la situación económica era crítica.

Durante la campaña
Dicen que Chávez no lo quería cerca durante la campaña del 98; dicen también que el 5 de julio de 1997, el MBR realizó una reunión en el hotel Plaza Real de Maracay y él no participó porque su situación de disponibilidad en la FAN no se lo permitía -aunque bajo cuerda había sido el organizador-; y a Chávez eso no le gustó. Por contraste, Porras -gobernador de Mérida-, Cabello y Blanco La Cruz estaban activos y aun así giraban alrededor de la campaña.

Como quiera que haya sido, cuando el líder gana las elecciones, ya sea por propia simpatía o porque algunos amigos comunes -Cabello, Aguilera y Andrade Cedeño, entre otros- le hacen lobby, allí está Otaiza arrimado al mingo, con su experticia en armamento, su maestría en Ciencias Políticas en la Universidad Simón Bolívar y sus idiomas a medio aprender. De nada le iba a servir eso en la vida.

Antes de tropezarse en su vida de policía político -no está comprobado que antes hubiera contactos- con el cordero peruano, Chávez lo elige para formar parte de la Constituyente y en la tarjeta aparece, efectivamente, candidato por la circunscripción del Distrito Federal en la casilla 37: "Licenciado en Artes y Ciencias Militares; filósofo; político". ¿Filósofo? Ni Francisco Rivero, el venático profesor de la Metropolitana, se atrevió a tanto, y eso que está ligeramente por encima de Otaiza, en la lista y en la lectura: "Licenciado en Filosofía" y ya.

Ni siquiera habría de hacer el curso para ascender a capitán; Chávez simplemente le otorgó las estrellas. Agradecido por siempre.

La filosofía soy yo
Durante la campaña electoral hubo un grupo que se reunía en el Idea, conocido como Garibaldi, y al cual pertenecían Giordani, Navarro, Ciavaldini, Gustavo Méndez (en la OCEI actualmente), MariPili Hernández y un periodista dominicano de apellido Céspedes. Era un cónclave intelectual, en la medida en que puede ser intelectual una entidad chavista. El comandante Pineda Castellanos convocaba estas reuniones. Otaiza no iba. Otaiza asistía los miércoles a un programa de investigación con el profesor Luis Castro Leiva, con quien había trabado amistad tras su egreso de la cárcel en 1994. El puente entre ambos: Fernando Falcón Veloz. Castro Leiva era buen nadador -murió en Chicago en 1999-, Otaiza le despierta simpatía y se establece una relación paterno-filial cimentada más en el deporte que en el intercambio de ideas filosóficas o políticas, de las que Otaiza simplemente carece. Castro Leiva lo llamaba "el espartano" por lo callado y austero. Otaiza no bebía. No al menos hasta hace unos meses. Del estudio de los clásicos no parece haber quedado letra escrita por parte del capitán.


En el ínterin termina su maestría en Ciencias Políticas en la Universidad Simón Bolívar, al lado del Idea. El hombre se esfuerza, después de todo: además del proyecto de investigación que lleva con su amigo Falcón Veloz y tutorado por el filósofo, estudia inglés, francés e italiano en la Escuela de Idiomas del Ejército. No terminó esta carrera. También abandonó el grupo donde estaban, además de Fernando Falcón, las escritoras y profesoras Angelina Jaffé y Colette Capriles. De todos modos, la amistad con Castro Leiva continuó hasta el final, a pesar de la posición radical adoptada por el profesor en sus escritos y en una memorable intervención en la Asamblea Nacional contra el "proceso" el 5 de julio de 1999. Otaiza quiso rendirle homenaje al ponerle su nombre a la biblioteca de la Disip, pero sus deudos se opusieron rotundamente. Se lo puso, de cualquier forma.

Cincuenta millardos
Otaiza entra a la Disip el 28 de enero de 2000 y es recibido fríamente. Renuncian todos los directores menos dos. ¿Qué demonios sabía este señor de inteligencia? Juan Carlos, el hermano mayor, ya estaba dentro ejerciendo como explosivista. Se había volado dos dedos en cierto trance, lo cual no prueba que sea torpe: a cualquiera le puede suceder. Eliécer lo asciende de subcomisario a comisario general y después a director de Inteligencia, de lo cual sí es verdad que no sabe nada. Lo hizo para sustituir a su amigo Falcón Veloz, a quien tuvo once meses encargado de tan importante papel con un presupuesto mensual de cuatro millones de bolívares. "Cuando puso a su hermano, ahí sí le dio doscientos millones mensuales", comenta ahora el ex comisario, no sin un dejo de reconcomio.


Los dos amigos rompieron a raíz del informe sobre el presunto complot en la Guardia Nacional para derrocar a Chávez. A finales de noviembre de 2000 Otaiza le ordena elaborar el libelo, e incluso le dicta notas.

-Eliécer, esto no puede ir -dice Falcón Veloz.
-Es una orden -le contesta el otro.

A la semana aparece publicado el informe firmado por Ibéyise Pacheco en el diario Así es la Noticia. Otaiza siempre ha tenido gran debilidad por los medios de comunicación y el gremio periodístico.

Pero los desastres sobrevinieron, en forma de decisiones y cambios, antes y después del capítulo de la Guardia Nacional, que se resolvió con la eyección de Falcón Veloz fuera de la Disip y un jalón de orejas para Otaiza, desde Miraflores.

Por ejemplo, el entrenador de natación de los dos hermanos, al que apodan "Chichilo", entró a formar parte del departamento de Educación Física. Un pariente de Enoé Vásquez -jefe de Investigaciones- llamado Fernando Bello, supervisor de una zona educativa, le consiguió un título de bachiller a una secretaria que quería ser detective. Excepto el capitán Juan Carlos Piñero, ninguno de los nombrados por Otaiza tenía formación de inteligencia o reunía suficientes méritos, aunque eso sí, eran sus amigos: Martín Palencia, bachiller, director de Administración; Hugo Amestoy, sargento técnico retirado del Ejército y visitador médico junto a Juan Carlos Otaiza en tiempos remotos, jefe de Personal; José Luis Ferreira Araujo, teniente y participante del 4 de febrero; Enoé Vásquez, jefe de Investigaciones; capitán Juan Carlos Alvarez, jefe de Inteligencia Económica, quien guarda en su prontuario tres consejos de investigación en la Guardia Nacional. Poner a esta gente en donde la pusieron mermó la moral de los funcionarios de carrera. Otaiza, además, se llevó de asesor a un teniente de apellido Nieves que había estado preso por el robo de unas joyas. Eso sí, todos con excelentes credenciales como nadadores. Con un equipo así, una de dos: o la chapuza estaba garantizada en el caso Montesinos -incluyendo montaje de rueda de prensa con impostor- o se entenderían con él a las mil maravillas... mientras alguien por encima de ellos les indicase el camino.

En fin: Otaiza tendrá que responder de manera más o menos coherente ante la Comisión de Política Interior o instancia semejante, tal y como lo exige César Pérez Vivas. Y explicar, de paso, si se construyó una casa en Valencia "que tiene hasta una galería de tiro subterránea"; si su hermano compró una hacienda en Carabobo y si entre los dos montaron una tienda de artículos deportivos. Uno no puede ir por la vida así, grabando a todo el mundo y especialmente a quienes considere rivales ante la autoridad suprema -Cabello, Andrade, Alvarenga o Marisabel de Chávez- sin pretender que eso tenga consecuencias algún día. Cincuenta millardos de bolívares de presupuesto al año -empaquetados como partida secreta- es una tentación del tamaño de las torres de Parque Central, aunque no parece ser la suya una ambición de tipo pecuniario. Más temerario que valiente, más astuto que talentoso, se considera a sí mismo estratega y estadista, sin poseer la astucia del primero ni la grandeza del segundo. Ahora tiene un montón de información acumulada y no sabe exactamente qué hacer con ella. Quizás admira demasiado a Chávez como para echársela encima. Mientras no sepa distinguir la paja del grano y crea que el mundo se divide entre buenos y malos, condicionales e incondicionales, será inofensivo. Pero si traspasa su admiración a un cuarto tutor, el resultado podría ser catastrófico.

Cierta vez, Eliézer Otaiza realizó un curso de paracaidismo: fueron cinco saltos obligatorios. Pero le bastó sólo uno adicional, voluntario y decidido, para dejarse caer en La Viñeta un día de diciembre de 1998 y acceder de este modo a protagonista de la revolución. Aquel día pasó a formar parte del Cipem (Comité de Invitados Por Ellos Mismos), denominación con la que los más cercanos al recién electo presidente Chávez se burlaban de quienes se arremolinaban en el hotelito aledaño a la residencia vacacional, bregando una cita para hablar con el líder.

Un poco después, en los primeros días de enero, el celebérrimo Norberto Ceresole llegaría del sur para tomar parte en este grupo, aunque nunca entró en La Viñeta. José Vicente Rangel salía a la fuente de soda cercana para entrevistarse con él. Pero esta es otra historia.

Eliécer Otaiza -35 años, casado con la licenciada en Estudios Internacionales Lissete Hernández, aunque no le gusta que se sepa- está hoy en algún lugar de Margarita o en cualquier otra parte; eso ya no importa. Si alguien lo llama por su celular, contestará un acólito con voz de policía trasnochado y dirá: "El no está dando entrevistas".

Quizás ya dio demasiadas entrevistas y cubrió su cupo: nunca se había visto a un jefe de la policía política hablar tanto para decir tan poco. ¿No se supone que su labor es de inteligencia, y por lo tanto, exige bajo perfil? Quiso hacer un sistema de información infalible, siguiendo el modelo peruano; quería ser Mark Spitz pero también un capitán con licencia para espiar capaz de disertar sobre filosofía -para eso fue pupilo de Luis Castro Leiva- y resolver intrigas de Estado -o crearlas- al estilo de los héroes de Misión Imposible. Buen mozo, arriesgado y popular, los vientos parecían marchar a su favor. Pero no se dio cuenta de que padecía la misma debilidad de una miss: su imagen era garantía de aceptación mientras no abriera la boca demasiado.

Lo que la gente no sabe es que tuvo que tomarse tres pastillas de Lexotanil para enfrentarse a las cámaras en la rueda de prensa de despedida, al entregarle el mando de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención a Carlos Aguilera. La gente tampoco sabe cuánto se deslumbra Otaiza ante la persona que esté admirando en un momento dado. Le pasó con Rangel Rojas. Le pasó con Castro Leiva. Le pasa con Hugo Chávez. Sus palabras de confusa genealogía patriótica en la rueda de prensa, empeñado en alabar la sabiduría política de quien precisamente lo envía al degredo recuerdan a Ochoa, aquel militar traficante de drogas en Cuba que, ante el pelotón de fusilamiento, todavía manifestaba su amor incondicional a la revolución y al líder supremo.

Triste, solitario final.

Sebastián de la Nuez. Publicado en Diario Tal Cual, el 21 de julio de 2001

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