Oscar Arias Sánchez, ex-presidente de Costa
Rica no pudo asistir al foro “Poder
ciudadano y la Democracia de hoy” por razones de salud. Sin embargo, en el acto
se leyó la misiva enviada por el también Premio Nobel de la Paz 1987. Acá compartimos el contenido de la carta publicada por el portal Analítica.
No sé cuántas veces hemos creído, a lo largo
de los últimos 15 años, que Venezuela está al borde del cambio, que ya no puede
soportar, que algo tiene que ceder. Y sin embargo, el régimen chavista ha
persistido a pesar de los augurios que desde sus inicios vaticinan el fin
inminente de la revolución bolivariana. ¿Qué explica esta resiliencia? ¿Cómo se
entiende que un sistema claramente anti-democrático haya logrado resistir
tantas presiones y continúe, al menos hasta hace poco, recibiendo el apoyo del
electorado?
Sobre esto se han escrito volúmenes y se
escribirá todavía mucho más. Venezuela al inicio del siglo XXI seguirá
fascinando a los académicos y los analistas durante décadas por venir. Pero es
innegable que dos piedras angulares de la supervivencia del régimen chavista
han sido el desempeño económico, sustentado sobre el comercio del petróleo, y la
popularidad de su líder (en su momento Hugo Chávez y después, en menor medida,
Nicolás Maduro). Creo que todos podemos coincidir en que estas dos fuerzas se
encuentran hoy en el peor estado registrado desde 1999. La acelerada caída en
el precio internacional del petróleo, y el consecuente deterioro de las
condiciones fiscales de un gobierno que acapara casi la totalidad de los
servicios esenciales, han impactado la vida cotidiana de los venezolanos en una
forma que, ahora sí, parece insostenible.
Es un cliché decir que el dilema actual del
chavismo es la “crónica de una muerte anunciada”. Pero es la verdad. Maduro
puede hacer todas las contorsiones retóricas posibles, calificando la situación
de “guerra del petróleo” y de intento de “colonización mediante el colapso
económico”, pero ningún otro país en años recientes ha dispuesto de mayores
recursos con peores resultados. Ningún otro gobierno ha dilapidado sus ingresos
de una manera tan temeraria. Nadie más que el régimen chavista es responsable
por esto. No hay conspiración internacional que explique que las colas para
comprar harina o jabón duren dos días. Eso solo se explica por la existencia de
un gobierno corrupto, ineficiente, dedicado al culto de la personalidad y
obsesionado con ocultar el fracaso de un modelo que ya no hay forma de
subvencionar.
Amartya Sen demostró célebremente que nunca
se ha registrado una hambruna en una democracia consolidada. En cierta forma,
la situación por la que atraviesa actualmente Venezuela no solo demuestra su
déficit fiscal, sino también su déficit democrático. Las instituciones que han
sido socavadas a lo largo de los años, la iniciativa empresarial que ha sido
obstruida, la oposición que ha sido suprimida, la separación de poderes que ha
sido anulada, son fuerzas que hubieran evitado que el país se acercara tanto al
borde del despeñadero. Una democracia canaliza el descontento popular con
eficacia. Una democracia rectifica errores con prontitud. Chávez y Maduro se
encargaron de ahogar esa capacidad de respuesta. Ahora Maduro más bien aprieta
el puño con mayor fuerza, intentando acallar a quienes alzan la voz. Que
Leopoldo López esté en la cárcel, que María Corina Machado enfrente un juicio
digno de una novela de Arthur Koestler, no hace sino confirmar que el gobierno
ha perdido el control.
No debemos cometer el error de dar por
sentado el fin de una era. Antes bien, es la responsabilidad de todo demócrata,
y no solamente de los venezolanos, ayudar para que Venezuela logre hacer una
transición democrática. La crisis de legitimidad del régimen chavista tiene que
ser contrarrestada por la legitimidad de la oposición. Estamos frente a una
verdadera coyuntura histórica. Nos corresponde a todos colaborar para que
ocurra un cambio, y ocurra de forma pacífica.
La prioridad no debe ser remover a una
persona específica. Eso es un error que otros países han cometido, derrocando
líderes cuya salida no tuvo efecto sobre la situación real. La prioridad debe
ser la institucionalidad democrática. Lo que es indispensable es restablecer el
Estado de Derecho y la separación de poderes. Lo que es indispensable es
abandonar la perversa intromisión de las fuerzas armadas en la vida civil. La
legitimidad de la oposición debe derivarse de su adhesión a ciertos principios,
no de su ataque a ciertas personas. Debe derivarse de su compromiso con el
respeto a la institucionalidad y de su negativa a utilizar la violencia como
moneda de cambio. En este momento, nada es más apremiante que la situación de
desabastecimiento y racionamiento. Cuando se trata de las necesidades más
básicas, el riesgo de violencia escala. Por eso, hoy quiero realizar un llamado
a la oposición para que ejerza un liderazgo responsable.
Y realizo también un llamado a la comunidad
internacional para que vuelque sus ojos sobre Venezuela. Conozco bien la
dinámica de las relaciones internacionales. Sé que existe una competencia por
la atención a nivel global, y que Venezuela comparte el escenario con regímenes
que presentan un riesgo más cercano para las potencias mundiales. Sin embargo,
quiero subrayar que estamos en un punto de inflexión: en una Venezuela postrada
económicamente, y aislada políticamente, la presión internacional puede generar
resultados positivos. La primera condición debe ser, como lo he dicho muchas
veces, la liberación de todos los presos políticos. Cada día que Leopoldo López
pasa en la cárcel, cada día que se arrestan oficiales electos o estudiantes, es
una violación a los derechos humanos, a la Carta de las Naciones Unidas y a la
Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos.
La liberación de los presos políticos debe
ser el primer paso de una estrategia que lleve a un pleno restablecimiento de
la democracia en Venezuela. Aunque comprendo las diferencias de la situación
actual en Venezuela con otras transiciones en la historia mundial, también creo
que hay lecciones que no deberíamos olvidar. Mandela no hubiera logrado nunca
el fin del apartheid si no hubiera pensando en el propio de Klerk, en el
Partido Nacional y en el papel que habrían de jugar en la transición
sudafricana hacia la democracia. No es la división ni la venganza lo que
llevará a Venezuela a un mejor futuro, sino la inclusión pacífica e inteligente.
Yo confío en que ha llegado la hora. Confío
en que los venezolanos sabrán reconocer que el régimen chavista pudo haber
tenido, en sus inicios, intenciones nobles, pero su fracaso es indiscutible. El
modelo económico que quizás alguna vez estuvo inspirado en la justicia social,
ha desembocado en la escasez y la necesidad. No hay que ser de derecha ni de
izquierda para admitir que no vale la pena preservar algo por su promesa. Las
cosas se preservan o desechan por sus resultados. Es hora de evaluar un
experimento político que, como tantos otros, se sostuvo sobre el espejismo de
la bonanza económica que trae un boom en los precios de productos primarios. Es
hora de adoptar un régimen que se sostenga, de una vez y para siempre, sobre
valores democráticos.
Oscar Arias Sánchez
Presidente de Costa Rica
1986-1990/2006-2010
Premio Nobel de la Paz 1987
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