Traigo al presente, a través de mi
ventana, este escrito de Leonardo Padrón publicado en El Nacional el 7 de abril
de 2013, que identificada con el contenido y el mensaje de hastío que allí se
desprendía, escribí varias citas del autor por mi tuiter. Este lunes me sorprendió
gratamente varios RT de @OneChot @FlorNunezMiami @Kyady @MariaConchita_A
@MatosMguel y @LauraBrey todos citando lo siguiente: @Leonardo_Padron
#SeBuscaunPais:..."Cada quincena nos jugamos el destino. Necesitamos con
urgencia una cierta dosis de aburrimiento"...
Nada es casualidad,
por lo que busque aquel artículo, lo releí y confirmé que hoy, definitivamente, está más vigente que nunca: "Se busca
un país”. Cuando vemos las colas en los supermercados, en las estaciones de servicio, en los bancos del Estado, en las farmacias. Cuando vemos a ciudadanos arrebatándose pañales y leche, y presenciamos el bachaqueo descarado, cuando todos los días despedimos amigos y familia que deciden dejar del país o los despedimos en una sala velatoria caídos en manos del hampa descontrolada. En todas esas situaciones nos preguntamos ¿Dónde esta nuestro país?. Y todos los días nos tenemos que levantar, hacer colas, escuchar los cada vez más repetitivos "no hay", volver a levantarnos, pero por encima de las circunstancias no dejar de buscar un país donde retorne la paz, el respeto y la tolerancia. A continuación, el texto íntegro del artículo del genial Leonardo Padrón:
Confieso que mi cédula de identidad me tiene exhausto. Venezuela se ha convertido en una experiencia límite. Pero más me perturbaría cultivar la indiferencia o, peor aún, aplaudir el desatino monumental que vamos siendo
Confieso que mi cédula de identidad me tiene exhausto. Venezuela se ha convertido en una experiencia límite. Pero más me perturbaría cultivar la indiferencia o, peor aún, aplaudir el desatino monumental que vamos siendo
LEONARDO PADRÓN
Debo confesar que estoy agotado. El país se me
ha vuelto un insomnio. No puedo iniciar estas líneas de
otra manera. La primera persona del singular es el lugar donde comienza, para
todos, el país que somos. El país ocurre primero en el desayuno que nos
llevamos a la boca. En las noticias que te emboscan los buenos días. En el
hueco que tu carro descubre camino al trabajo. Confieso que mi cédula de
identidad me tiene exhausto. Venezuela se ha convertido en una experiencia
límite. Pero más me perturbaría cultivar la indiferencia o, peor aún, aplaudir
el desatino monumental que vamos siendo. Decía Marguerite Yourcenar que el
verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con
una mirada inteligente.
Hoy los venezolanos tenemos un país extraño y drásticamente
superior a nuestro asombro. La tranquilidad nos quitó el habla.
Deambular entre los titulares es respirar tizne y desaliento. Hoy todos estamos
salpicados por esa nación áspera que habla con estridencia y nos empuja,
pendencieramente, el hombro. Somos una eterna cuenta regresiva. Cada quincena
nos jugamos el destino. Necesitamos con urgencia una cierta dosis de
aburrimiento. Pero más apremiante aún es conseguir el país que no termina de
aparecer. Quizás es el rasgo más común que tienen entre sí un habitante de
Chivacoa, El Supí, Manzanillo, Agua Salud o El Cafetal: todos buscamos esa
esquiva palabra llamada bienestar. O elijamos otra, una instancia de arranque:
sosiego. Que ocurra el sosiego.
En la red social Twitter no siempre triunfan los insultos.
Alguien escribió en estos días: “La esperanza también es un talento”. Se me
antoja que es una frase poderosa y certera. Para no claudicar uno debe
emplearse a fondo. Es la tarea, quizás la primera, de todos los que habitan
este mapa proceloso: ejercer activamente nuestro talento para la esperanza.
En definitiva, andamos buscando un país donde la decencia se convierta
en rutina. Donde mi diferencia sea el vínculo con la tuya. Donde sea moralmente
inadmisible el escarnio. Aquí todos estamos agotados de tanto desencuentro,
tanta agresión mutua, tanto reventarnos la madre en el idioma. La calle es un
desafinado coro de rencor. Las amistades crujen a pedazos. Los gremios se
fragmentan. Padecemos los síntomas de un virus llamado odio. Es imperativo
conseguir la bisagra que nos regrese a una cordial topografía de múltiples
registros. Por eso, en estos días feroces hay que ponerse el mapa encima. En
estos días toca revisar lo que somos y lo que hemos dejado de ser.
¿Qué es hoy un escritor en Venezuela? ¿Por qué amenazan el trazo de un dibujante?
¿A quién asusta tanto el humor? ¿Cómo duerme un dramaturgo al que le han
quitado la sede? ¿Cuántos insultos por minuto tolera un periodista? ¿Quién oye
la voz de los pensadores?
Ezra Pound decía que los artistas son las antenas de la raza. Sabemos
que la única doctrina de un artista es la libertad. Tiene la costumbre de volar
varias veces al día. No sabe de genuflexiones. No ofrenda lisonjas al poder.
Está diseñado estructuralmente para disentir, criticar, proponer. No busca
fuegos fatuos. El artista es el moscardón de la realidad. La agitación y la
irreverencia. El artista no quiere ser gobierno, prefiere ser conciencia y
reclamo.
En estos días, cuando la crispación inunda los escritorios, las
palabras, los dientes, las miradas, los confines del Metro, el alumbrado
público, la histeria y la historia, el artista no puede, no debe, no sabe
quedarse callado. El artista dice basta, existo, incomodo, tres veces grito.
Hace teatro y revuelve. Escribe un poema y golpea. Pinta un lienzo y convoca.
Se cuelga una guitarra y abunda. El artista imagina, explora, denuncia,
testimonia. El artista es el revés de la mordaza. Te advertimos, poder: No le
exijas mansedumbre.
Yo estoy harto de recibir insultos telefónicos y amenazas de muerte al
filo de la madrugada. No me cabe una ofensa más en el oído. No sé callarme la
boca, no nací para plegarme al miedo, no quiero cambiar de código postal. Si
digo “no estoy de acuerdo”, recibo a cambio una pedrada en mi vida personal. Si
escribo “difiero”, dibujan una cruz en mi frente.
Venezuela se ha convertido en una melancólica pera de boxeo. Todos dicen
venerarla, mientras la golpean sin pausa. Porque cuando excluyes al que no
piensa como tú, estás golpeando al país. Cuando chillas amenazas, cuando exiges
devoción acrítica, cuando vociferas un solo color, estás golpeando al país
policromático que posee voz propia. No deseamos gobernantes cuya premisa sea
pulverizar, agraviar, satanizar al contrario. El pueblo no son ocho millones de
votantes, ni seis millones y medio. El pueblo no es sólo aritmética electoral.
A fin de cuentas, hoy vivimos en una comarca donde la muerte tiene más rating
que la vida.
El arte, con todos sus rostros, tiene a Venezuela en la punta de sus
angustias. Decía Unamuno que la cultura se conquista. Una tarea imperiosa ante
un país que se nos rompió en las manos. La zanja que nos divide se hace cada
vez mayor. Ya basta. Es suficiente. Paremos. La crisis moral nos ha estallado
en la cara. Nos está quedando torcido el dibujo. Necesitamos resetear el país.
Y que lo entienda de una buena vez el poder: nunca nos quedaremos
callados cuando las cosas marchen mal. Así mañana el poder se llame Henrique
Capriles Radonski.
Sólo aspiramos
pluralidad, bienestar, conciliación. Ese es el punto crucial. Se busca un país
que nos contenga a todos. Que sea norte y futuro, no fractura y violencia. Un
país que tenga 28 millones de abonados para el mismo juego. Una patria cuya
mejor ideología sea la mano extendida. Se busca un país. Múltiple y unido. Un
caleidoscopio de un solo nombre. El detalle es que sólo entre todos podemos
conseguirlo. La indolencia, señores, ha llegado a su fecha de
vencimiento.
@Leonardo_Padron
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