Los
hechos acaecidos en el hemiciclo el pasado 30 de abril son producto de la distorsión
gradual de la esencia de la Asamblea Nacional. La búsqueda frenética y fanática
por imponer y perpetuarse en el poder ha
derivado en la perdida de la naturaleza del poder legislativo y hasta en la pérdida
de memoria.
El
deber ser nos indica que la Asamblea Nacional es la representación de la
población a través del mandato otorgado por el voto popular. Esta delegación
del pueblo exige que el parlamento sea la representación proporcional de la
población. En otras palabras la Asamblea Nacional como cuerpo parlamentario
debería reflejar a la población en su diversidad de opiniones y regiones.
La
arbitraria e inmoral decisión de Diosdado Cabello de supeditar caprichosamente la
voz y la conciencia de los parlamentarios a la obligación de reconocer o “doblegarse”
ante Nicolás Maduro, representa entonces una violación flagrante y descarada a los principios de diversidad, representación
proporcional y la libertad de conciencia, atributos esenciales del parlamentarismo.
El
juego de poder ejercido por el Presidente de la AN aquella tarde de abril, nos
obliga a recordar episodios de la historia del entonces Teniente Cabello que
participó en los sucesos del 4 de febrero de 1992. Un fallido golpe de Estado que
pretendió desconocer al entonces presidente constitucional Carlos Andrés Pérez.
Con
este acto, el rebelde teniente Cabello irrespetó al Presidente legitimado por
un pueblo que lo eligió con abrumadora mayoría. CAP resultó electo en los
comicios del 4 de diciembre de 1988 con 3.879.024 votos (52, 91% de los
sufragantes), hasta esa fecha, el mayor número de votos en valores absolutos. Estos
resultados fueron reconocidos por el resto de los candidatos y partidos, y
nadie puso en duda el rol del ente electoral.
En
términos de legitimidad, gobernabilidad, reconocimiento de resultados y
claridad del ente electoral, si contrastamos los procesos electorales de 1988 y
del sobrevenido evento del 14 de abril de 2013, no queda duda sobre cuál Presidente
merecía el reconocimiento y quien no.
Con
este refrescamiento de la historia del entonces Teniente al hoy Presidente de
la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, lo que deja en evidencia es una descarada hipocresía o la ausencia total de moralidad, al
exigir al resto del mundo el reconocimiento o no de cualquier rango, cargo o investidura.
Se
ejercita la descarada hipocresía cuando, por un lado se clama a todo pulmón el respeto a la
Constitución, y a la vez se viola y niega lo
contenido en ella, como lo contemplado en su artículo 201, donde se lee
textualmente: “Los diputados o diputadas son representantes del pueblo y de los
Estados en su conjunto, no sujetos o sujetas a mandatos ni instrucciones, sino
sólo a su conciencia. Su voto en la Asamblea Nacional es personal”.
Por Letty Vásquez / @AloLetty
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